Hoy llueve, como casi siempre. Ultimamente, siempre es así. Apago el cigarrillo en la vereda y el viento choca contra mis mejillas, y el frío hace que me tiemblen las manos. Pero eso, es lo de siempre. Así se va construyendo la vida, de pequeñas cosas que se repiten sin ser las mismas.
Ya de aquellos tiempos de música, luces desenfocadas e incertidumbres que no molestan, no nos queda nada. Somos dos extraños, caminando en direcciones opuestas y no hay tiempo, ni ganas de regresarnos a ver.
Y sin embargo, por alguna razón, sigues en todo lado, sin estarlo. Brotas en medio de las cosas como espuma, como sangre. Te miro en los pedazos de las cosas que construí de niño, en las esquinas cansadas de esta ciudad sin sueños, en el espejo de la memoria que se niega a dejar que te vayas entre la niebla.
Y es que hay distancias que parten el pavimento, que quiebran la espina dorsal, que hacen que uno se vuelva invisible, vacío, inexistente.
y entiendo que no te extraño, no veo razón para hacerlo, los adioses se escriberon hace mucho, con la misma tinta que escribimos los momentos más felices de nuestras vidas. Hay un pacto sellado con silencio, una elefante en la habitación, unas ganas de abrazarse, solo porque sí, porque el pasado fue bueno...
en fin, me miras de reojo y haces parar un taxi.
Entiendo que no me haces falta, y que no te hago falta... y yo ya no sé, cuál de las dos, es la que duele más.